
6. Sueña que no debe entrar de religioso 1834
Mientras tanto, se acercaba el final del bachillerato, época en que los estudiantes acostumbraban a decidir su vocación. El sueño de los 9 años estaba siempre fijo en mi mente; es más, se me había repetido otras veces de un modo bastante más claro, por lo cual, si quería prestarle fe, debía el estado eclesiástico, hacia el que sentía, en efecto, inclinación; pero la poca fe que daba a los sueños, mi estilo de vida, ciertos hábitos de mi corazón y la falta absoluta de las virtudes necesarias para este estado, hacían dudosa y bastante difícil tal deliberación.
¡Oh, si entonces hubiese tenido un guía que se hubiese ocupado de mi porvenir! Hubiera sido para mí un gran tesoro; pero este tesoro me faltó. Tenía un buen confesor, que pensaba en hacerme un buen cristiano, pero que en cosas de vocación no quiso inmiscuirse nunca.
Aconsejándome conmigo mismo, después de haber leído algún buen libro, decidí entrar en la orden franciscana.
– “Si me hago sacerdote secular, pensaba para mí, mi vocación corre riesgo de naufragio. Abrazaré el estado eclesiástico, renunciaré al mundo, entraré en el claustro, me daré al estudio, a la meditación, y así, en la soledad, podré combatir las pasiones, especialmente la soberbia, que ha echado hondas raíces en mi corazón”.
Hice pues, la petición a los padres franciscanos, presenté el correspondiente examen, me aceptaron, y todo quedó a punto de entrar en el convento de la Paz, en Chieri.
Poco días antes del fijado para mi entrada, tuve un sueño bastante extraño. Me pareció ver una multitud de aquellos religiosos con los hábitos rotos, corriendo en sentido contrario los unos de los otros. Uno de ellos vino a decirme: – Tú buscas la paz, y aquí no vas a encontrarla. Observa la actitud de tus hermanos. Dios te prepara otro lugar: otra mies.
Quería hacer alguna pregunta a aquel religioso, pero el rumor me despertó, y ya no oí nada más. Expuse todo a mi confesor, el cual no quiso oír ni de sueños ni de frailes.
– En este asunto – respondió – preciso es que cada uno siga sus inclinaciones y no los consejos de los otros.
Sucedió entre tanto algo que me impidió efectuar aquel mi proyecto. Como los obstáculos eran muchos y duraderos, resolví exponer el asunto al amigo Comollo. Él me aconsejó hiciera una novena, durante la cual escribiría a su tío, párroco. El último día de la novena, en compañía de mi inolvidable amigo, confesé y comulgué. Oí después una misa y ayudé otra en el altar de Nuestro Señor de las Gracias, en la Catedral. De vuelta a casa encontramos una carta del Padre Comollo, concebida en estos términos: – Considerado atentamente todo lo expuesto, aconsejaría a tu compañero no entrar en un convento; tome la sotana y, mientras sigue los estudios, conocerá mejor lo que Dios quiere de él. No tema perder la vocación, ya que con el recogimiento y las prácticas de piedad superará todos los obstáculos.
Hasta aquí las palabras de Don Bosco en su “autobiografía”. Toda la vida tendrá un gran respeto y admiración por la Comunidad Franciscana, pero su vocación no era la de pertenecer a esa Orden Religiosa, sino la de dedicarse a los niños pobres y la de fundar una comunidad religiosa nueva para educarlos.
