SUEÑOS
DE
DON BOSCO

En la vida de San Juan Bosco (escrita en 19 volúmenes llamados Memorias Biográficas), se narran 170 sueños que tuvo. El primero de ellos data de 1824/25, a los nueve/diez años de su vida; el último es de finales de noviembre de 1887, a los setenta y dos años, dos meses antes de morir.
Al principio él no les daba mayor importancia, pero luego se fue dando cuenta de que lo que en sus sueños veía o escuchaba se cumplía después con maravillosa exactitud, y empezó a narrarlos a sus colaboradores de mayor confianza. No había pensado escribirlos, pero el Sumo Pontífice Pío IX, al darse cuenta del mucho bien que estos sueños podrían hacer a la gente, le mandó terminantemente que los escribiera.
Don Bosco decía: “He llegado a convencerme de que a veces la narración de un sueño de éstos les hace mayor bien a los oyentes que un sermón”. Y en 1886, dos años antes de morir, al oír que su gran amigo el Padre Lemoyne le decía: “Muchos de sus sueños se pueden llamar “Revelaciones de Dios”, Don Bosco exclamó: “Así es, son revelaciones de Dios”.
Lo que más impresionaba a los que le escuchaban a San Juan Bosco narrar los sueños que había tenido, era el constatar poco tiempo después cómo se iba cumpliendo a la letra todo lo que en el sueño le había sido avisado que iba a suceder.
Cuando a mitad del siglo XX fue fundada la ciudad de Brasilia, los constructores quedaron admirados al constatar que ellos sin habérselo propuesto, fundaron la ciudad en el sitio exacto donde la vio Don Bosco en sueños 70 años antes. Y otro tanto sucedió en Argentina cuanto encontraron pozos de petróleo donde nadie imaginaba, pero donde las había visto en sueños nuestro Santo.
No es ningún estudio o reflexiones sobre los sueños de Don Bosco; es simplemente, una colección de sus sueños.
A continuación cada mes os mostraremos uno de sus sueños, algunos conocidos y otros no tanto. Intentaremos que lleven un orden cronológico.
7. Sacerdote y sastre 1834

7. Sacerdote y sastre 1834
Cuando yo era joven soñé que había llegado a ser sacerdote y que revestido con los ornamentos sacerdotales trabajaba como sastre. Pero que no me dedicaba a coser telas nuevas sino a remendar vestidos ya rotos.
Con este sueño le informó el Cielo que su oficio como educador sería no sólo dedicarse a perfeccionar jovencitos ya santos, sino sobre todo a recoger muchachos problemáticos y llenos de defectos y de vicios y hacerlos buenos cristianos y honrados ciudadanos.
Uno de sus más famosos alumnos (Santo Domingo Savio) le dirá más tarde: “Don Bosco: sea Usted el sastre. Yo seré la tela. Haga con mi vida un buen vestido de santidad para Nuestro Señor”. Y así sucedió.
